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22 de enero de 2012

Imposible, improbable.

La real academia define la palabra imposible como algo que no tiene ni facultad ni medios para llegar a ser, o suceder. Y define improbable como algo inverosímil, que no funda una razón prudente.
Puestos a escoger, a mi me gusta más la improbabilidad que la imposibilidad, como a todo el mundo, supongo.
La improbabilidad duele menos, y deja un resquicio a la esperanza.
Que David ganará a Goliat era improbable, pero sucedió. Un afroamericano habitando la casa blanca era improbable, pero sucedió. Que los Varones Rojo volvieran a tocar juntos, era improbable, pero también sucedió. Nadal desbancando del Nº1 a Federer. Una periodista convertida en princesa. El 12-1 contra Malta. El amor, las relaciones, los sentimientos, no se fundan en una razón prudente, por eso no me gusta hablar de amores imposibles si no de amores improbables, porque lo improbable es, por definición, probable. Lo que es casi seguro que no pase, es que puede pasar... Y mientras haya una posibilidad, media posibilidad entre millones de que pase, vale la pena intentarlo.


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